Las cosas por su nombre
Por Ramón Alfonso Sallard

Me impresiona el deterioro cognitivo de Héctor Aguilar Camín. El otrora riguroso y certero analista, simplemente ha renunciado al complejo ejercicio de pensar. El historiador reescribe diariamente el presente que detesta, inscrito como está en esa corriente teórica denominada necropolítica, cuya materialización ha generado todo tipo de violencias en México y en el mundo.
¿El iracundo tertuliano de La Hora de Opinar, el conspiranoico que escribe en Milenio y en Nexos y el autor de “La Frontera Nómada, Sonora y la Revolución Mexicana”, son la misma persona? Pareciera que no. Como si existiera una disociación o un desdoblamiento de personalidad. Desde la neuropsiquiatría quizá exista alguna explicación del fenómeno, pero desde la literatura se puede observar una fragmentación del yo en sus relatos de tipo autobiográfico, característica presente en varios autores que tienen la capacidad de fabular, como es su caso.
Evidentemente, esta fragmentación del yo está muy lejos del sofisticado entramado que construyó Fernando Pessoa (persona en portugués), pero lo que sí parece claro es que los heterónimos de Aguilar Camín terminaron por anular y diluir su ortónimo. Aunque, viéndolo bien, quizá el ser humano que hoy se manifiesta sea su verdadero yo, no el que simulaba ser cuando se desempeñaba como cortesano del último emperador sexenal, Carlos Salinas de Gortari, papel que también desempeñó con los subsecuentes gerentes de la presidencia de la República: Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
El libro sobre Sonora y la Revolución Mexicana es una investigación historiográfica de gran calidad. Fue la tesis doctoral de Aguilar Camín en El Colegio de México. El también autor de las novelas Morir en el Golfo y La guerra de Galio, que antes de este sexenio mostraba en televisión y en sus textos un talante cordial y conciliador e incluso buen humor para reírse de sí mismo, hoy se muestra intolerante y refractario ante cualquier idea o posición que contraríe sus certezas, como le sucedió recientemente a la jurista Ana Laura Magaloni en La hora de opinar.
Pero la versión conspiranoica del historiador, manifestada en sendos textos publicados por Milenio y Nexos, ya es otro nivel. Ahí sí se voló la barda. Según él, AMLO ganó en 2018 porque Enrique Peña Nieto conspiró para que eso sucediera. Es decir, no importan los más de 30 millones de votos que obtuvo, la diferencia de 30% sobre el segundo lugar y sus cuatro década de trayectoria política.
Lo más llamativo es que el autor de esta hipótesis es el mismo que antes, durante y después de los comicios de 2006 lanzó constantes puyas a AMLO porque éste denunció un complot encabezado por Carlos Salinas y Vicente Fox para excluirlo de la boleta electoral. Ni los videoescándalos, ni el desafuero, ni la guerra sucia mediática, ni el 0.56 de diferencia oficial en los comicios, ni la negativa al “voto por voto, casilla por casilla” de la autoridad electoral, le dieron pistas sobre una posible conspiración. Ahora, sin embargo, al escritor le resulta imposible de procesar cognitivamente el arrollador triunfo de AMLO en 2018, y su única explicación es que Peña Nieto operó para que así sucediera.
Es cierto que esta misma hipótesis ya había sido planteada previamente por Jorge Castañeda, pero el ex secretario de Relaciones Exteriores de Fox es un pillo que practica con singular alegría el arte del cinismo. Es decir, él Güero sabe que difunde mentiras de manera maliciosa, y por tanto no es víctima del autoengaño en el que suelen incurrir personas como Aguilar Camín que, por odio y resentimiento, o bien por su ego lastimado, se lanzan de cabeza al vacío del fanatismo.
La necropolítica que ambos practican es un fenómeno que ha ido en ascenso durante la presente campaña electoral. Sin embargo, lleva ya varios años de desarrollo en nuestro país, de manera paralela a experiencias similares que se han desarrollado en otros países.
El término “necropolítica” fue acuñado por el filósofo Achille Mbembe. En su libro de 2003, Necropolitics, el autor lo define como “el poder de ejercer control sobre la vida y la muerte, y decidir quién puede vivir y quién debe morir”. Justamente fue lo que sucedió durante el sangriento sexenio de Felipe Calderón, cuyos efectos y consecuencias se han extendido hasta nuestros días. Pero no es la única acepción del término.
Mbembe argumenta que la necropolítica no se trata simplemente de matar o dejar morir, sino de crear y mantener las condiciones que hacen posible la muerte. Esto incluye la violencia física, la explotación económica, la discriminación racial y social, y la destrucción del medio ambiente, entre otros aspectos.
La acepción original del término ha evolucionado desde que fue acuñada. En los espacios académicos, diversos investigadores y activistas han recurrido a este planteamiento teórico para analizar una variedad de fenómenos relacionados con la violencia. Pero los ejemplos de necropolítica en México es un tema que será desarrollado en otra columna.

Por Redaccion

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