Por Ramón Alfonso Sallard


Hay que observar con mucha atención y respeto lo que está sucediendo en un gran número de universidades públicas y privadas de Estados Unidos. Las protestas estudiantiles pacíficas contra el genocidio israelí en Palestina, apoyado por la Casa Blanca, el Capitolio y el Pentágono, han generado un nuevo quiebre generacional, cuyas similitudes con lo sucedido en 1968 resultan conmovedoras.
Para la rebeldía juvenil, ahora como entonces, el establishment tiene las mismas respuestas: 1) negar legitimidad a sus protestas, 2) descalificarlas públicamente y 3) reprimir brutalmente a quienes se oponen, sin importar que sus formas de resistencia sean pacíficas. Esto implica escalar el conflicto, pues la ofensiva gubernamental arraiga más en el disidente su convicción de que lucha por una causa justa.
Recordemos que en el 68 la chispa se encendió en Berkley, luego se trasladó a Berlín y a París, y fue detenida en seco en México con la matanza de Tlatelolco. Ahora, como entonces, siguen vivas las consignas pintadas por manos anónimas en bardas y mantas durante las barricadas de mayo en la Ciudad de la Luz: “Prohibido prohibir”, “Todo el poder a la imaginación”, “Haz el amor, no la guerra” y la inolvidable “Sé realista, pide lo imposible”. De nuevo mayo, sí.
La influencia de Herbert Marcuse en Berkley fue entonces determinante. Pero también el surgimiento de líderes juveniles como Daniel Cohn-Bendit en Francia o Raúl Álvarez Garín en México. En Estados Unidos, las protestas deslegitimaron la guerra de Vietnam, expulsaron del poder a los demócratas e influyeron para que la sociedad en su conjunto obligara al presidente republicano Richard Nixon a emitir la orden de retirada, materializada el 29 de marzo de 1973. En Francia, la rebelión estudiantil hizo caer el gobierno del general Charles De Gaulle, héroe de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. En México, el presidente Gustavo Díaz Ordaz ordenó asesinar a estudiantes que asistían a un mitin pacífico el 2 de octubre, a fin de evitar disturbios en la olimpiadas de México 68, que iniciaron pocos días después de la matanza.
Pocos líderes políticos en los países con protestas estudiantiles trataron de entender a los jóvenes. Los que decidieron marchar a su lado fueron todavía menos. Una excepción fue el socialista François Mitterrand, miembro de la Asamblea Nacional de Francia en ese momento. El 8 de mayo expresó: “Si la juventud no tiene siempre la razón, la sociedad que se burla de ella, la desconoce y la golpea, no tiene razón nunca”.
Mayo fue la tumba política del general De Gaulle. A pesar de que resultó vencedor de las elecciones presidenciales en segunda vuelta, el 30 de junio de 1968, el viejo general tuvo que dimitir apenas unos meses después, ante la imposibilidad de controlar la situación. El movimiento estudiantil había hecho rodar las cabezas del poder sin hacer correr la sangre. Sólo un muerto por accidente se registró, pese a los choques constantes con la policía, durante ese largo mes de barricadas en París y Nanterre. Lo que sí hubo, en cambio, fue un torrente de tinta y de ideas. Tal cual sucede hoy en las universidades estadounidenses, con la diferencia de que las ideas se expresan ahora, fundamentalmente, a través de medios digitales.
Las protestas estudiantiles en contra del genocidio en Palestina se han extendido rápidamente fuera de Estados Unidos. Varias universidades en Europa se suman al movimiento semana a semana. En Latinoamérica sucede lo mismo. La UNAM, por ejemplo, registró ya las primeras asambleas de apoyo.
La veloz propagación de las protestas es posible porque la comunicación ha cambiado por completo. Los medios convencionales –que omiten deliberadamente lo que sucede en realidad en la franja de Gaza– han dejado de ser los únicos intermediarios entre el poder público y la sociedad. Hoy, las redes sociales mantienen en comunicación permanente e instantánea a millones de jóvenes en todo el mundo con intereses y aspiraciones comunes, quienes detestan de manera radical la doble moral de sus autoridades.
En Estados Unidos es particularmente compleja la situación, porque el régimen que se autodenomina democrático, que ha tratado de imponer su modelo en todo el mundo y que constantemente castiga con medidas unilaterales a países y personas por presuntas violaciones a derechos humanos, hoy no sólo es omiso ante la matanza, la limpieza étnica y el apartheid, sino que abiertamente defiende al Estado terrorista de Israel, vetando un cese el fuego en el Consejo de Seguridad de la ONU y negando jurisdicción sobre ese mismo país a la Corte Penal Internacional, que el propio Estados Unidos creó y financió para sancionar cuatro tipos de crímenes: a) genocidio, b) crímenes de lesa humanidad, c) crímenes de guerra y d) crimen de agresión. Justo lo que hoy realiza Israel contra el pueblo palestino, de acuerdo con lo establecido en el Estatuto de Roma.
¿Cómo ignorar los miles de civiles asesinados, principalmente niños y mujeres? ¿Cómo ignorar la demolición completa de ciudades y el desplazamiento forzado de sus habitantes? ¿Cómo ignorar que Israel bloquea el ingreso de alimentos para la población civil, propiciando la muerte de miles más por hambruna? ¿Cómo ignorar el ataque y destrucción reiterada de hospitales, de ambulancias y de convoyes de ONG’s con ayuda humanitaria, asesinando a mansalva a pacientes, personal médico y de enfermería, así como a voluntarios? ¿Cómo ignorar el asesinato premeditado de periodistas para impedir que informen al mundo del genocidio que está ocurriendo en Gaza?
Todos estos hechos, la falsa acusación de “antisemitismo” que se les endilga de manera soez a los estudiantes, y la protección indecente de Estados Unidos al gobierno terrorista de Israel, es lo que ha despertado consciencias entre estudiantes y profesores. A estos indignados, vale decir, se han sumado importantes segmentos de la comunidad judía, que no se identifican con el sionismo que dio origen al Estado de Israel, cuyo gobierno actual en nada se diferencia de los nazis. Antes bien, Benjamín Netanyahu ha superado a su homólogo Hitler en algunas en sus políticas de exterminio. El alemán creó campos de concentración para asesinar ahí a los prisioneros. El israelí prefiere bombardear indiscriminadamente a la población civil palestina, confiado en la impunidad que le brinda Estados Unidos. La “solución final” de Netanyahu se realiza a la luz del día, a la vista de todos. Por eso están tan encabronados los estudiantes.

Por Redaccion

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